El hombre que se quedó solo en un pueblo fantasma para no dejarlo morir y la pulpería de la nostalgia

En Quiñihual, un paraje fundado en tiempos del ferrocarril, ya no vive nadie… excepto Pedro Meier. Tiene 67 años y es el único habitante. No se fue cuando cerraron la estación, ni cuando apagaron el club, ni cuando bajaron la persiana de la escuela. Se quedó solo con sus recuerdos, su pulpería y una promesa: “No quiero que esto desaparezca”.4 min. de lectura

Cuando el tren dejó de pasar, comenzó el silencio. Cuando cerró la escuela, el club, la comisaría, las familias de Quiñihual armaron las valijas y se fueron. Pero Pedro Meier no. Él se quedó. Y desde hace años, es el único habitante de este pequeño paraje del sur bonaerense que alguna vez supo tener más de 700 vecinos y una vida pujante al calor del ramal Rosario–Puerto Belgrano.

El último y único habitante de Quiñihual tiene 67 años y vive donde antes funcionaba la pulpería del pueblo. La mantiene abierta, y se ha vuelto una especie de proveeduría de ramos generales en una región poco habitada. Además de turistas curiosos, fotógrafos o documentalistas que quieren retratar su historia, también abastece a vecinos de localidades aledañas. Pero la mayor parte del tiempo Pedro tiene como única compañía a los árboles, el viento y los recuerdos.

“Podría haberme ido, como todos, pero elegí quedarme. Alguien tenía que hacerlo. No quiero que esto se borre del mapa”, dijo en una entrevista brindada a Infoabae. En ese gesto solitario pero firme, Pedro se convirtió en el custodio silencioso de un pueblo fantasma.

El pueblo se ubica en el partido de Coronel Suárez, Buenos Aires.

Un pueblo con historia y una resistencia íntima

Quiñihual nació a comienzos del siglo XX, con la llegada del tren. El nombre del paraje rinde homenaje a un cacique indígena que, durante la Conquista del Desierto, resistió hasta la muerte antes que abandonar su tierra. Entonces… cualquier parecido con la actualidad, ¿es pura coincidencia? Entre el objetivo expansionista de Julio A. Roca a costas de la ocupación de tierrras de comunidades originarias y la era neoliberal y privatizadora de Carlos Menem, a la consigna del “progreso”, tanto el cacique Quiñihual como Meier, opusieron resistencia haciendo historia en esa pequeña localidad del sur bonaerense.

Durante décadas, el pueblo fue un punto de encuentro entre trabajadores rurales, ferroviarios y familias que lo llenaron de vida. Pero en 1995, con la clausura del servicio ferroviario, luego de que el entonces presidente riojano decretara la liquidación de Ferrocarriles Argentinos, todo cambió. El colegio dejó de funcionar, el club cerró y los servicios fueron desapareciendo. La comunidad se disolvió, las casas quedaron vacías, y el tiempo comenzó a tragarse las calles.

Meier asegura que no se irá del pueblo en el que pasó los últimos 61 años de su vida.

Hoy, solo queda Pedro. “El último vecino de Quiñihual”, como lo llaman. Vive en la antigua pulpería familiar, entre estanterías de madera, botellas viejas y paredes que guardan las huellas de un tiempo que ya no existe. Pero él insiste en que no es el final. “Mientras yo esté, esto sigue vivo”.

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